No todo sucede siempre igual. Hay ocasiones en las que, sin
esperarlo, cierta información hace encajar las piezas de un puzzle, otras
veces, de pronto, nuestra perspectiva cambia de improviso y vemos todo bajo una
nueva luz que le da un sentido diferente al paisaje en torno a nosotros.
Ante algunos momentos incomprensibles esperamos y suspiramos
por esas revelaciones que le den coherencia a todo lo que se nos escapa.
No siempre es así. Determinados días nos acompaña un cierto
desasosiego, una sensación incómoda que, sin llegar a ser totalmente molesta,
se hace pesada, notamos su presencia constante, pero nos cuesta precisar de
dónde procede. Al igual que el agua constante termina por crear surcos en la
tierra, esas sensaciones calan hondo… arrastran con ellas más de lo que parece
y, un día, terminan por resquebrajar convicciones de las que nunca habíamos
dudado.
Hacen trizas y se llevan con ellas ilusiones a las que nos
habíamos aferrado. De pronto, tras esa larga latencia, nuestra mirada ya no ve
lo mismo. El paisaje que habíamos
diseñado como marco ya no está ahí, aparece desdibujado y sus colores ya no son
tan brillantes.
Nos dejan vacíos. Se llevan ilusiones. Tras de sí lo único
que queda es melancolía y la certeza de que ya nada será como pretendiamos que
fuese.
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