Alguna vez fuimos desconocidos, de esos que realmente ignoran la existencia de la otra persona. No estabamos dentro del radar, nuestros caminos no coincidían, nuestras vidas eran dispares. No éramos ni siquiera órbitas en paralelo. Cada uno tenía su propia trayectoria.
Es difícil ahora recordar esa vida, ese pretérito en que tu presencia no estaba. Sé que existió, pero no soy capaz de sentirlo. Ya no, aunque el calendario me diga que no siempre fue así.
Los hilos que tejían nuestra existencia se entrelazaron, se enredaron. Un saludo, una conversación trivial a la que siguieron muchas otras. Recomendaciones, dudas, miles de silencios. Preguntas, consejos, planes. Mundos dibujados con cemento de aire. Ilusiones reforzadas con esperanzas y brillos en la mirada. Derrotas que se hacían más profundas al hundir los hombros. Cafés, pasos al mismo ritmo, llamadas de teléfono, notas, toda la comunicación posible.
Dos seres que se descubren mutuamente. Que no saben si se repelen o si son neutros. Que ignoran qué queda por venir. Dos personas que simplemente se escuchan con atención. Dos almas que, a fuerza de compartir palabras y gestos, acaban por conocerse.
Al final, acabas formando parte de mi vida, de la presente y sé que también de la futura, porque nunca dejarás de ser mi pasado. No sé cómo era no saber tus gracias favoritas o las historias que más repites. No sé cómo era ignorar tus manías o pasar por alto las pequeñas costumbres.
No se trata de amor romántico, pero sí de cariño. Conocer a alguien es abrir una puerta al aprecio, un resquicio que se agranda con la información y el tiempo compartido. Con los proyectos, las cábalas y las mayores tonterías. Con el día a día.
Una vez que ya formas parte de mi universo puedes pedirme muchas cosas. Lo que nunca seré capaz de hacer es dejar de preocuparme por ti.
Es difícil ahora recordar esa vida, ese pretérito en que tu presencia no estaba. Sé que existió, pero no soy capaz de sentirlo. Ya no, aunque el calendario me diga que no siempre fue así.
Los hilos que tejían nuestra existencia se entrelazaron, se enredaron. Un saludo, una conversación trivial a la que siguieron muchas otras. Recomendaciones, dudas, miles de silencios. Preguntas, consejos, planes. Mundos dibujados con cemento de aire. Ilusiones reforzadas con esperanzas y brillos en la mirada. Derrotas que se hacían más profundas al hundir los hombros. Cafés, pasos al mismo ritmo, llamadas de teléfono, notas, toda la comunicación posible.
Dos seres que se descubren mutuamente. Que no saben si se repelen o si son neutros. Que ignoran qué queda por venir. Dos personas que simplemente se escuchan con atención. Dos almas que, a fuerza de compartir palabras y gestos, acaban por conocerse.
Al final, acabas formando parte de mi vida, de la presente y sé que también de la futura, porque nunca dejarás de ser mi pasado. No sé cómo era no saber tus gracias favoritas o las historias que más repites. No sé cómo era ignorar tus manías o pasar por alto las pequeñas costumbres.
No se trata de amor romántico, pero sí de cariño. Conocer a alguien es abrir una puerta al aprecio, un resquicio que se agranda con la información y el tiempo compartido. Con los proyectos, las cábalas y las mayores tonterías. Con el día a día.
Una vez que ya formas parte de mi universo puedes pedirme muchas cosas. Lo que nunca seré capaz de hacer es dejar de preocuparme por ti.
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