Como una marioneta. Los hilos que la sostienen están tensos y el compás de otra persona hace que sus miembros se muevan a su antojo. Tirando de los hilos consigue que un brazo avance, que una pierna se retire; que dance o se desplome sin más.
Tal vez sea cómodo. Tal vez nunca haya conocido otra alternativa y por eso resulta imposible incluso trazar los contornos de otras opciones.
A veces, las cuerdas que la sujetan se deshilachan, se va deshaciendo de modo imperceptible casi. Una hebra tras otra, las que quedan haciendo supliendo el esfuerzo de las que faltan...
¡Clac!
Al final, se rompe. El brazo, la pierna, el costado que sujetaba se queda inerte, cuelga inanimado mientras el resto siguen el paso que otros le marcan. El conjunto final desluce un poco, pero se mantiene.
Más adelante, el proceso de desgaste comienza en otra cuerda. Una tras otra, se van rompiendo, el sostén es cada vez menor y los gestos de la marioneta se vuelven más macabros. Cualquier intento por ejecutar algo resulta ridículo.
Antes de esperar a que esa última cuerda, tiene más sentido cortarla o repararla uno mismo. Reconocer que los soportes que nos mantenían ya no están y hay que buscar otros nuevos o aprender a continuar sin ninguno.
Cuando ya nadie diseña música para que bailemos a su son, cuando nuestros miembros no son dóciles para otros, cuando no nos prestan aguja e hilo, demadejarse sobre uno mismo es una alternativa más.
¿Se sigue siendo marioneta si ya no hay hilos de soporte?
¿Qué nos define? ¿La forma o la función?
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