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Miedo

Lo que mueve el mundo es la ilusión, dicen unos

Otros afiman que lo que mueve el mundo es el dinero.

Hay quien dice que lo que mueve el mundo es el miedo.



Los últimos meses arrasaron conmuchas cosas positivas pero, a cambio, también se llevaron el miedo. O eso creía. Al menos, se llevaron uno de mis miedos, ese que me bloqueaba y me impedía hablar en primera persona de ciertos temas. Ese miedo no me dejaba describir las cuerdas que me hacen saltar o que logran que afine una sencilla melodía. Ese miedo que, erróneamente, veía como entrega de poder en lugar de compasión.

Ese miedo que me hacía protegerme detrás de múltiples murallas en ciertas cuestiones, que usase empalizadas para mantener al mundo exterior alejado de lo que protegían. No era un miedo consciente, era un mecanismo de defensa incrustado en mi forma de actuar, imperceptible para mí, era parte de cómo era.

Ese miedo me hacía activar una alternativa de silencios, señales y gestos involuntarios que dejaban traslucir parte del tumulto interior, pero que erraban en su interpretación. Ese miedo me frenaba a la hora de decir lo que pensaba y esperaba en ciertos temas, me hacía sentir vulnerable y a la merced de terceros. Sin control. Desamparada y vendida.

Por supuesto, nada es absoluto. Ese miedo no era constante, solo con algunas cuestiones personales, que tocaban fibras que guardo para mí desde hace mucho.
Ese miedo me valió quejas, reproches. También me aportó comprensión en algunos casos, personas que supieron esperar cada pequeño paso que avanzaba hacia mi interior.


No hay un día concreto en el que me levantase y ya no estuviese ahí. Poco a poco la vulnerabilidad dejó de ser sinónimo de debilidad cuando me atañía. Si no considero débiles a los demás por ser vulnerables, ¿por qué a mí misma sí?

Ese miedo se atenuó. Hay menos murallas y empalizadas alrededor, dejo que se acerquen más a ciertos núcleos.


Sin embargo, han aparecido otros nuevos.

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