Se ríen porque ya saben qué les voy a contestar. Llevo tanto tiempo repitiéndolo que se lo esperan.
Cada día improvisan una respuesta nueva, pero no consiguen dar con la correcta.
Casi siempre comienza con una retahíla de peticiones, cada una más delirante que la anterior, cada cual más exigente. Hace tiempo opté por no dar una negativa, sino por pedir algo a cambio. Por prometer que esos deseos se podían convertir en realidad si, en contrapartida, yo podía conseguir algo.
"Yo quiero un unicornio"
Esa es mi respuesta. Invariable.
Lo primero fue la incredulidad, la cara de despiste. Después la duda, el no saber cómo responder. La fase actual es la de negar su existencia, de repetir insistentemente que yo no puedo pedir eso porque es algo imposible.
Sin embargo, yo sé que los unicornios existen. Son esos momentos únicos en los que consigo algo que parecía imposible.
Desde ese rayo de sol que se abre paso entre las nubes un día totalmente gris, a una mueca risueña que recibo de un niño por la calle.
Llegar al final de un proyecto que parecía inabarcable en sus inicios, es un unicornio para mí.
Una conversación difícil que termina sin caminos que se separen, es un unicornio para mí.
Equivocarme y ver que al final mis miedos no tenían razón de ser, que el resultado de algo fue positivo, es un unicornio para mí.
Admitir debilidades o dudas y que quien esté delante se quede para ver cómo mejorarlo, es un unicornio para mí.
Descubrir que un día, de pronto, esa sensación que siento de nuevo es ilusión, es un unicornio para mí.
Querer ir a contracorriente, ser capaz de poner en marcha proyectos que, supuestamente, están reservados para personas de otras edades, es un unicornio para mí.
Es un unicornio, ver que después de un traspiés, al levantarse, nadie se ha ido, ni se ha reído.
Es un unicornio comprobar cómo a lo largo de los años evolucionar no significa distanciarse.
Es un unicornio ver cómo salen adelante cosas muy torcidas.
Es un unicornio cuando un olor me transporta a otro lugar con un escenario diferente. Vívido, tanto que parece casi real.
Es un unicornio una llamada o un mensaje inesperado de alguien perdido en los laberintos de la vida.
Es un unicornio llegar a ententer cómo se conectan los puntos y ver la red entera.
Es un unicornio que me nieguen toda opción y, aún así, me siento con ganas de conservar la esperanza, por si acaso.
Es un unicornio cuando, con los pies anclados en la tierra, me permito que la cabeza sobrevuele por encima de las nubes.
Es un unicornio seguir creyendo, a pesar de todo.
Para mí existen los unicornios: esos momentos inesperados que son como magia, que lo invaden todo, que renuevan energías, que permiten alargar los sueños que tengo despierta. Son unicornios porque demuestran que lo racional no siempre acierta, que no es la solución adecuada siempre, que alternativas que no contemplábamos son factibles. Y que, por encima, son incluso mejores.
Yo sigo queriendo unicornios. Para emocionarme, para reírme de pronto ante una nimiedad que me parece graciosa, para crear proyectos. Para acostarme cada noche pensando que, tal vez, al día siguiente se produzca ese pequeño milagro.
Probablemente nunca lleguen a regalármelos. Casi seguro que sea yo quien tenga que dibujarlos y darles color. Aún así, pintaré y crearé varios, para regalarlos, para transmitirlos, para que sepan que no solo yo puedo soñar con ellos.
Inculcar la idea de que aspirar a que nos pasen cosas que consideramos buenas no es tan descabellado.
Cada día improvisan una respuesta nueva, pero no consiguen dar con la correcta.
Casi siempre comienza con una retahíla de peticiones, cada una más delirante que la anterior, cada cual más exigente. Hace tiempo opté por no dar una negativa, sino por pedir algo a cambio. Por prometer que esos deseos se podían convertir en realidad si, en contrapartida, yo podía conseguir algo.
"Yo quiero un unicornio"
Esa es mi respuesta. Invariable.
Lo primero fue la incredulidad, la cara de despiste. Después la duda, el no saber cómo responder. La fase actual es la de negar su existencia, de repetir insistentemente que yo no puedo pedir eso porque es algo imposible.
Sin embargo, yo sé que los unicornios existen. Son esos momentos únicos en los que consigo algo que parecía imposible.
Desde ese rayo de sol que se abre paso entre las nubes un día totalmente gris, a una mueca risueña que recibo de un niño por la calle.
Llegar al final de un proyecto que parecía inabarcable en sus inicios, es un unicornio para mí.
Una conversación difícil que termina sin caminos que se separen, es un unicornio para mí.
Equivocarme y ver que al final mis miedos no tenían razón de ser, que el resultado de algo fue positivo, es un unicornio para mí.
Admitir debilidades o dudas y que quien esté delante se quede para ver cómo mejorarlo, es un unicornio para mí.
Descubrir que un día, de pronto, esa sensación que siento de nuevo es ilusión, es un unicornio para mí.
Querer ir a contracorriente, ser capaz de poner en marcha proyectos que, supuestamente, están reservados para personas de otras edades, es un unicornio para mí.
Es un unicornio, ver que después de un traspiés, al levantarse, nadie se ha ido, ni se ha reído.
Es un unicornio comprobar cómo a lo largo de los años evolucionar no significa distanciarse.
Es un unicornio ver cómo salen adelante cosas muy torcidas.
Es un unicornio cuando un olor me transporta a otro lugar con un escenario diferente. Vívido, tanto que parece casi real.
Es un unicornio una llamada o un mensaje inesperado de alguien perdido en los laberintos de la vida.
Es un unicornio llegar a ententer cómo se conectan los puntos y ver la red entera.
Es un unicornio que me nieguen toda opción y, aún así, me siento con ganas de conservar la esperanza, por si acaso.
Es un unicornio cuando, con los pies anclados en la tierra, me permito que la cabeza sobrevuele por encima de las nubes.
Es un unicornio seguir creyendo, a pesar de todo.
Para mí existen los unicornios: esos momentos inesperados que son como magia, que lo invaden todo, que renuevan energías, que permiten alargar los sueños que tengo despierta. Son unicornios porque demuestran que lo racional no siempre acierta, que no es la solución adecuada siempre, que alternativas que no contemplábamos son factibles. Y que, por encima, son incluso mejores.
Yo sigo queriendo unicornios. Para emocionarme, para reírme de pronto ante una nimiedad que me parece graciosa, para crear proyectos. Para acostarme cada noche pensando que, tal vez, al día siguiente se produzca ese pequeño milagro.
Probablemente nunca lleguen a regalármelos. Casi seguro que sea yo quien tenga que dibujarlos y darles color. Aún así, pintaré y crearé varios, para regalarlos, para transmitirlos, para que sepan que no solo yo puedo soñar con ellos.
Inculcar la idea de que aspirar a que nos pasen cosas que consideramos buenas no es tan descabellado.
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