Un café con una amiga a la que consigo ver poco fue la excusa de destapar todo tipo de temas y recuerdos. En el medio de los comentarios acerca del trabajo y planes actuales y de futuro, surgió el tema de aquellos amores que en su día nos marcaron por el dolor que trajeron consigo.
Asumo que casi todo el mundo ha pasado alguna vez por ese tipo de sufrimiento, pero es muy diferente en la medida en que se vive y se sobrelleva pasado un tiempo. Ambas recordamos aquellos tiernos 18 años, o unos pocos más arriba o más abajo, donde que alguien no te hiciera caso suponía un dolor transitorio, que si bien en aquel momento nos parecía un mundo, hoy, echando la vista atrás, reconocemos como apenas carente de importancia.
Ahora, unos cuantos años más tarde, comparando con otras experiencias, constatamos que hay otros que nos han inflingido mucho más daño, y que aún tiempo después son capaces de lograr que sintamos punzadas de dolor al recordarlos, o cuando los recuerdos de ellos nos asaltan.
Llegamos a la conclusión de que nos dolieron nuestras expectativas defraudadas, nuestra inversión en otra persona que no se vio correspondida. Paradójicamente, se dice que las personas nos volvemos más desconfiadas con los años; y puede que sea cierto. Pero también, cuando creemos encontrar a alguien, invertimos más en esa persona, en algo que queremos crear juntos, con una ilusión y una dedicación que por lo general no se tiene a los 18 años.
Y cuando esa persona nos defrauda, el dolor es mayor, más profundo. Se lleva una pequeña parte de uno mismo que difícilmente se recuperará una vez. Crean la duda de si lo vivido fue real. Porque cuando estamos convencidos de ser felices, al menos de tener algo especial con otra persona, y un día nos quedamos sin eso, duele pensar que tal vez viviésemos una quimera y que nada fue real.
La ilusión es esa parte que nos roban y que nunca recuperamos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo.
Publicar un comentario