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Abrazos

Lo cierto es que nada fue como esperaba, no sé porqué intento siempre engañarme.

Cerré los ojos, fuerte, te abracé. Esos abrazos intensos en los que ejerces una presión un tanto excesiva, que duran más de lo debido y en los que siempre, siempre, me derrito, me hundo y me deshago.

(Curioso, he olvidado besos, despedidas y encuentros. Aún recuerdo la calidez de un abrazo que me dieron hace 15 años en el contexto más inapropiado, en el sitio más inoportuno. Y sí, en aquel momento todo se detuvo para mí. Aún se detiene si lo vuelvo a pensar. Regalemos abrazos.)

Mientras mis brazos se cruzaban sobre tu espalda te prometi que no había un 7 malo. Todo giraba en torno a aquel número, tú lo sabes, yo también. Inspirando y reteniendo el aire un poco más de lo debido. Lo repetí para mis adentros. No podía ser un año malo. No podía. Nos negariamos. Nos rebelaríamos. Nos moveríamos y buscaríamos la alegría y la esperanza y seríamos de nuevo nosotros. Estaba convencida de que nuestros caminos se cruzarían de nuevo. Que todos los desencuentros se terminarían al fin... que reconduciríamos esperanzas, sueños. No podía ser un año malo.

Durante ese abrazo sé que mis ojos se humedecieron. Creo intuir que los tuyos también. Nos miramos. Tanto sin decir, tanto que callar, tantos silencios llenos de palabras que gritan. Un abrazo que sirve como pilar, para no caernos, para no derrumbarnos. Saber que siempre seremos puntales mutuos.

Después... después se hundió, demolido como un edificio que se tira, solo que esta vez nada estaba previsto. El polvo que generó la catástrofre aún ha terminado de asentarse. Al palmear la espalda todavía hay muchas motas que salen revoloteando.

Nada fue como esperaba. Y en el medio de ese caos, las figuras no son nítidas del todo, los contornos se difuminan.

Cierro los ojos. Ya no sé qué brazos me rodean. Puede que ahora solo sean los míos.  Los abrazos me desarman.

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