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No somos únicos

No somos únicos. Aceptémoslo. 

Nada de lo que nos pueda suceder es original,  nada de lo que vivamos es una primera vez para la humanidad.

El dolor que podamos llegar a experimentar ya ha atravesado a otros antes; la alegría infinita también la sentirán los que nos sucederán. 

Nada es nuevo.  Todo es un ciclo que no siempre toca a los mismos. Creer que te romperás por la mitad o sentir que la felicidad literalmente te permite rozar las estrellas es algo que los que nos rodean también han experimentado. 

Tal vez,  de forma menos pública.  Puede que demostrándolo menos. Con menor intensidad aparente o con más aspavientos.  Haciendo partícipes a más lo menos personas alrededor. 

No somos únicos. No somos los primeros.  No seremos los últimos. 

Si preguntásemos,  algo que hemos olvidado, veríamos danza  las ilusiones brillando en las miradas,  o creeríamos vislumbrar las lágrimas.  Conoceríamos cicatrices o impulsos que motivan a saltar más lejos.  

No somos únicos. Solo diferimos en cómo nos permitimos sentir las emociones y qué hacemos con ellas. No somos únicos,  pero yo desconfío de quien nunca ha saltado de felicidad ni se ha reído horas sin sentido.  Me alejan las personas que nunca están decepcionadas,  pero que tampoco sienten cosquilleo ante eventos largamente esperados. Me descolocan los que nunca se enfadan y los que no aprecian el calor de un abrazo.  

No somos únicos. 
Aceptalo. 

Pero nuestra diferencia en la capacidad de sentir nos hace humanos, nos acerca al compartir experiencias y vivencias. Aporta luz y color en una dimensión  de grises. 

No somos especiales.  No somos únicos,  pero sí somos singulares.

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