Claro: el mundo seguirá rodando. Por supuesto. Pero esa no es la cuestión. Entiéndeme: salvo que suceda algo inesperado, nuestros pulmones seguirán inspirando y espirando. El corazón continuará bombeando sangre y las terminaciones nerviosas proseguirán mandando señales.
No hay duda, las funciones vitales seguirán ahí, cumpliendo puntualmente su papel. Espera, déjame, ya sé qué piensas, «No se trata de eso». Pues claro que no, tienes toda la razón. No importa que el cuerpo nos siga sosteniendo, eso es algo que se da por supuesto, aunque haya momentos en que todo parezca detenerse y romperse.
Sí, lo sé. Tras la madrugada llegará el alba, otro nuevo día, mil minutos más para llenar de actividades, de ocio, de espera, de lo que sea... El orden universal seguirá inalterado. Algo tan nimio no cambia el rumbo a gran escala.
Soy consciente: tanto la mayor de las alegrías como el peor de los dolores se acaban diluyendo y de ellos solo queda una pequeña sombra, una mala copia de lo que en su día fue.
Por supuesto: seguiré moviéndome, no sé si hacia delante o hacia atrás. Tal vez explorando los laterales durante una larga o corta temporada, quién sabe. Tengo la certeza de que no me quedaré paralizada, es imposible en este entorno que te empuja como si fuésemos pelotas.
Lo importante, en todo caso, no es eso. No dudo de que haya más días detrás de este. No me cuestiono si voy a llegar hasta ellos, ya no. No me desasosiega saber qué me traerán.
Lo fundamental es que, aunque pueda seguir así, ese "así", es peor. Aunque no sea un callejón sin salida, no se nos permite enfadarnos, sentarnos y no movernos del sitio como cuando éramos niños. En aquella época podíamos negarnos a continuar, convertirnos en estatuas imposibles de deslizar ni un milímetro; no teníamos consciencia del futuro, del avance del reloj.
Ahora sí. Y ahora, de adultos, no nos podemos anclar a un sitio y olvidar el entorno. Ya se nos permite. Ya no nos lo permitimos a nosotros, no es sano, a pesar de que hay ocasiones que es lo único que desearíamos.
¿Ves? Sí lo entiendo. No será el fin del mundo, claro que no. Pero será peor que lo que había, menos bueno. Y nadie elige por gusto algo inferior a lo que tenía hasta ese momento.
No hay duda, las funciones vitales seguirán ahí, cumpliendo puntualmente su papel. Espera, déjame, ya sé qué piensas, «No se trata de eso». Pues claro que no, tienes toda la razón. No importa que el cuerpo nos siga sosteniendo, eso es algo que se da por supuesto, aunque haya momentos en que todo parezca detenerse y romperse.
Sí, lo sé. Tras la madrugada llegará el alba, otro nuevo día, mil minutos más para llenar de actividades, de ocio, de espera, de lo que sea... El orden universal seguirá inalterado. Algo tan nimio no cambia el rumbo a gran escala.
Soy consciente: tanto la mayor de las alegrías como el peor de los dolores se acaban diluyendo y de ellos solo queda una pequeña sombra, una mala copia de lo que en su día fue.
Por supuesto: seguiré moviéndome, no sé si hacia delante o hacia atrás. Tal vez explorando los laterales durante una larga o corta temporada, quién sabe. Tengo la certeza de que no me quedaré paralizada, es imposible en este entorno que te empuja como si fuésemos pelotas.
Lo importante, en todo caso, no es eso. No dudo de que haya más días detrás de este. No me cuestiono si voy a llegar hasta ellos, ya no. No me desasosiega saber qué me traerán.
Lo fundamental es que, aunque pueda seguir así, ese "así", es peor. Aunque no sea un callejón sin salida, no se nos permite enfadarnos, sentarnos y no movernos del sitio como cuando éramos niños. En aquella época podíamos negarnos a continuar, convertirnos en estatuas imposibles de deslizar ni un milímetro; no teníamos consciencia del futuro, del avance del reloj.
Ahora sí. Y ahora, de adultos, no nos podemos anclar a un sitio y olvidar el entorno. Ya se nos permite. Ya no nos lo permitimos a nosotros, no es sano, a pesar de que hay ocasiones que es lo único que desearíamos.
¿Ves? Sí lo entiendo. No será el fin del mundo, claro que no. Pero será peor que lo que había, menos bueno. Y nadie elige por gusto algo inferior a lo que tenía hasta ese momento.
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