Suscribirse por correo electrónico

Cercanía

Hay momentos en los que estás tan cerca que, aún sin tocarte, siento hasta el calor que desprende tu cuerpo. Esas ondas que modifican, sin pretenderlo, el entorno. No necesito el sentido del tacto para notar tu cercanía: el aroma y esa calidez son más que suficientes.

Hay momentos en que me sobresalto, porque no lo espero, aunque la vista me diga que solo son centímetros y no metros los que nos separan. Por algún motivo, no creo a mis ojos y mi insconsciente se conmueve cuando llega hasta mí tu olor. Es una alteración interna que mi exterior no deja traslucir, puede ser en el medio de una conversación, compartiendo un silencio mientras hacemos otras cosas o en cualquier otro momento. Me pilla por sorpresa sentirte tan cercano, una cercanía que no tiene nada que ver con la distancia, sino con cierta intimidad. Por más que se repita, siempre me resulta inesperado que haya estímulos tan fuertes aún sin contacto alguno.


Hay momentos en que estás muy lejos. Con tu piel pegada a la mía, noto tu ausencia y tu lejanía. Solo un cuerpo me acompaña, con sus funciones básicas; el alma vaga por otras parcelas. En esos instantes, impotencia. Impotencia porque nada puedo hacer por atraerte a ese segundo compartido, no puedo navegar tras de ti siguiendo una estela de señales. En ocasiones sé cuáles son los valles que recorres durante esa ausencia, qué montañas contemplas y valoras. Otras veces, ignoro por completo si estás al borde de una playa, o en el fondo de un abismo.
Paciencia. Paciencia porque solo puedo esperar a que regreses plenamente a mi lado cuando concluyas tu viaje. Dejar que segundos y minutos transcurran sin acelerar su ritmo.


Hay momentos en los que te percibo. Y esos son los peores, porque es una sensación sin más, una quimera de humo. No puedo alargar la mano para asegurarme tu presencia como cuando te noto cerca. No puedo hablarte para que tu alma regrese como cuando estás lejos.

Hay momentos que eres volátil, inalcanzable.

No hay comentarios: