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Referentes

De entre todos los tipos de cambios que puede haber, destaco los pequeños.


Sin duda, están aquellos golpes que te vienen de no sé sabe dónde y te dejan noqueado, tirado en el suelo sin saber si sigues respirando. Esos que desdibujan hasta tal punto tu entorno que ya no sabes qué ves. Esos cambios bruscos son fáciles de reconocer, de identificar.

Después están los otros, los silenciosos, pero paulatinos, que se llevan consigo todo. Todo, así en absoluto. Porque sin darnos cuenta modifican los límites conocidos hasta que llega un día en que todo el paisaje ha cambiado mientras mirábamos hacia otro lado.

Entre esos cambios paulatinos está ver cómo poco a poco los referentes desaparecen. Cómo la edad, los achaques, las circunstancias diversas no hace que se vayan de pronto, sino que los desdibujan. Pequeños detalles que parecen graciosos al principio, olvidos de los que nos reímos y a los que restamos importancia. Ver cómo un día pueden llegar un poco menos lejos que el anterior. Eso nunca lo vemos en el momento. En ese presente estamos muy ocupados planificando, proyectando, resolviendo, viviendo.

Algo, de pronto, meses o semanas más tarde llama lo suficiente la atención como para obligarnos a parar, a reflexionar ligeramente y valorar la situación. A nadie nos gusta ver cómo quien era nuestro superior o nuestro igual va dejando de serlo. Tendemos a no querer ver, a minimizar, hasta que es obvio y obligatorio empezar a gestionar la situación.

Creemos en ese momento que la decisión díficil ya está tomada. Ilusos. Incapaces, por suerte, de imaginarnos lo que falta por delante. Si lo supiéramos, no sé qué habríamos hecho.


Resulta casi inverosímil lo mucho que se cambia. Cómo literalmente se deja de ser una persona y se produce la transformación en otra totalmente diferente. En alguien desconocido que no sabemos cómo abordar, en alguien que cada día tiene sus humores y que, invariablemente, retrocede paso a paso. Temes el siguiente nivel. Aún no te has acostumbrado a este y de pronto, nuevas circunstancias.

Desaparece la persona a quien acudías, que tenía respuesta y una risa para todo. Que nunca dudaba, que siempre era positiva, que desafíaba ciertas normas y seguía las suyas. La persona que tenía claro su camino, que aconsejaba o que se tomaba con practicidad los episodios más grises.

Se lleva la energía, las ganas, el optimismo. Te lo cambian por desgana, apatía y quejas. Por reproches continuos. El cuerpo sigue, el alma es otra.

Y esa nueva alma no es a quien adorabas. Esa persona se fue y la recuerdas, pero se desdibuja a veces. Quieres aprehenderla, quedarte con ella, pero se va. Querer un nuevo espíritu, saber ver a través de las rendijas quién fue, devolverle el infinito cuidado que te dio... resulta a veces más fácil decirlo que llevarlo a cabo en el día a día.
Nadie te dice lo que agota, lo que cansa y algunas otras cosas que no se pronuncian en voz alta.

Esos cambios lentos, pero profundos, que se llevan a tus referentes, que te dejan huérfano en un mundo de adultos, sin una mano a la que aferrarte.

Y sin que tú puedas ofrecer la tuya.


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