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Libretas, cuadernos, agendas...

Allá por los años... bueno, no vamos a ponernos a contar exactamente, que igual, no es tan relevante. El caso es que durante toda la época del instituto y los primeros años de universidad, los apuntes, las libretas o cualquier cosa con espacio en blanco era un buen lugar, el lugar ideal, de hecho, para apuntar aquello que no se te podía olvidar.
Recuerdo que en mi insituto nos obligaban a llevar libretas y estaban en contra de los folios sueltos. Cinco minutos antes de que sonara el timbre del recreo, el profesor de turno empezaba con la letanía de "Para mañana tenéis que traer hechos...." y allá nos lanzábamos todos a tomar nota con diversos métodos: había quien hacía cruces o redondeaba en el libro los números de los ejercicios que traer listos (después, descifrar cual era sí y cuál era no  suponía todo un reto), otros confiaban en su memoria y yo sacaba mi lápiz. Con él, justo debajo del último renglón escrito apuntaba los números y hacía un círculo enorme a su alrededor: así, al llegar a casa, con sólo abrir la libreta ya sabía lo que tocaba. Borraba el apunte a lápiz y me ponía a trabajar.

En la universidad, donde ya usábamos folios sueltos (que pesaban menos que cargar a diario con siete libretas, pero tenían una facilidad pasmosa para desaparecer), los márgenes se convirtieron en el destino de mis notas.

A veces, para hacer listas de cosas que no podía olvidar o recados que debía hacer me servía de una hoja de papel sin más... hasta que crucé los Pirineos.

Más al norte de esas montañas hay países en los que si no tienes tu agenda, no eres nadie. Dos amigos que intentan quedar para tomar un café, primero sacaran sus agendas y cuadrarán fechas y horarios para poder tomar café... dos semanas más tarde. En esos países, te encuentras emails en la bandeja de entrada anunciando a bombo y platillo que alguien te invita a su fiesta de cumpleaños que celebrará... cuatro meses más tarde. O un viaje, o un concierto, o lo que sea. Claro, esa planificación tan anticipada exige tener un lugar donde tener localizados los diversos compromisos, no vaya a ser que se nos olvide algo.

En  esos países, las agendas no te pemiten hacer uso de la excusa de "se me pasó el día", "se me olvidó", etc.
Cuando llegas a esos lares primero te parece estúpido algo así, luego descubres que es la única forma de no olvidar nada, y adoptas la costumbre. Me compré mi primera agenda.

Volví y la agenda se quedó conmigo, en ella se veía reflejado mi día a día, y cuando terminaba el año, las guardaba. Aún las tengo. Por si algún día quiero repasar como era mi rutina hace x años, aunque es cierto que por ahora no las he vuelto a abrir.

Hace dos años, en diciembre, la agenda seguía impecable: páginas blancas, la tinta solo molestaba de vez en cuando... no reflejaban nada y eran poco prácticas. Tocaba dar el siguiente paso.

Ahora mi compañera inseparable de viaje es una libreta - bloc de notas pequeño, donde pueda ir apuntando ideas, cosas por hacer, cosas que tengo que comprobar, cosas que necesito... vamos, donde descargar todo eso que de cuando en cuando cruza mi pensamiento del estilo "tendría que...". Ahora un boli providencial libera a mis neuronas de intentar recordar eso.

Mi libretita con las notas más absurdas, con la lista de "to do" pendiente de tachar y con muchas cosas que ya no se leen porque están terminadas.

No quiero agendas electrónicas, no quiero móviles multitarea, no quiero más que una hoja de papel y un boli. Con eso me basta.

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