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Apuntes sombríos

Un beso antes de pasar por el arco de seguridad.
Media hora después, subía al avión mientras fuera arreciaba la tormenta. Parece que elegí la peor hora para volar, justo descarga una lluvia torrencial con truenos y demás. Sí, efectivamente, todo ello mientras despegamos y atravesamos esas nubes cargadas.
El resultado fue el peor despegue de mi vida, quería bajarme de ese trasto en marcha, parar de sentir como mi estómago daba vueltas y mis oídos me decían que subíamos y bajábamos a trompicones. Miro alrededor concentrándome en respirar profundamente, en recordar que casi nunca hay problemas, pensando que yo nunca he tenido miedo a voltar. La gente del resto de asientos da respingos y exclamaciones ahogadas involuntarias me confirman que tampoco las tienen todas consigo.

Puede que hayan sido sólo 10 mintuos, pero se me han hecho eternos. Me he jurado unas cuantas veces que no volveré a volar por placer y que la próxima vez que lo haga iré o dopada o con un par de copas, para evitar pasarlo tan sumamente mal.


Aterrizo una hora más tarde. Llamada de rigor, "estoy bien, he tenido el peor despegue de mi vida, iba medio asustada, bueno, asustada del todo, pero el aterrizaje ha sido bueno. En una hora sale el siguiente avión". Recibo deseos para que el segundo sea un vuelo mejor. Me pongo a la cola.

Diez minutos más tarde, suena el móvil. "Ha muerto". No sé qué decir,me quedo sin palabras para consolar a alguien que lo conoció, que ha visto como una persona muy joven perdía la batalla contra una enfermedad. Yo no lo conocía, pero sí tengo relación con aquellos que le rodeaban y me da pena, muchísima, no encontrar palabras que puedan consolar, me da pena que alguien que tenía proyectos, hijos pequeños y una familia a su alrededor esté ahora en un tanatorio.
Pero la gente de la fila está embarcando. Tengo que balbucear un lo siento, tengo que reprimir las ganas de dar media vuelta y de poder volver al lugar de donde he venido, para dar apoyo. En cambio, entrego mi tarjeta de embarque y subo.

Unas horas más tarde, aterrizo. El vuelo ha sido de ensueño, calmadísimo, lo opuesto al primero. Regresan las ganas de coger más aviones, pero, eso sí, con pastillas cerca.
Bajo del avión. Ya no hay los 15 grados que dejé. Estamos a bajo cero, todo blanco y sigue nevando.

Me pongo a la cola del bus, abandono mi idioma y pruebo con el idioma universal para hablar con el conductor. No funciona demasiado bien. El idioma 2 tampoco es una opción, así que rescato otro que hace años aprendí y está oxidado.

Otra llamada, ha fallecido también otra persona, concretamente, un tío del anterior. Tampoco lo conocía. Me dicen que estarán en el mismo tanatorio.

Sólo puedo pensar que la vida tiene un humor demasiado macabro a veces.

Sigo en el autobús, hacia una ciudad donde reina el idioma 3, diferente, al mío, diferente a los otros dos que utilizaré para hablar con mis jefes y compañeros.

Y afuera oscurece, mientras todo sigue blanco, y las sombras de los árboles parecen fantasmas.

Al día de hoy le va bien la nieve.

1 comentario:

pseudosocióloga dijo...

Tétrico pero tiene su aquel.