Los libros son aventuras que uno vive solo.
Nos sumergimos en sus páginas, nos atrapan, nos secuestran contra nuestra voluntad transformando en inútil nuestro propósito de querer leer solo una página más. Nos transmiten sensaciones, nos hacen reír solos, llorar a veces; logran que nuestro corazón se acelere, que nos dé miedo leer el siguiente párrafo. Algunos han conseguido que sienta olores.
Alcanzan lo imposible, que en nuestra mente cobren vida esos personajes, con sus singularidades, que les demos vida.
Podemos compartir recomendaciones, podemos sugerir lecturas, pero cada uno de nosotros leerá el libro en un determinado momento, en un lugar concreto y todos los factores externos confabularán para que la experiencia sea única.
Recuerdo mañanas de sábado, levantarme temprano, desayunar y volver para cama, acurrucarme entre las mantas de nuevo y dejar que las horas volasen mientras yo pasaba páginas. En mi bolso de playa nunca falta un libro, que invariablemente se llena de arena. En los viajes, en las salas de espera, también, siempre, un libro a mano.
Tantas horas robadas al sueño, diciendo que un capítulo y lo dejaba...
Hay libros que me ha dado pena terminar. Libros que están siempre en la punta de la lengua para ser recomendados. Libros que me decepcionaron, libros que me costó terminar. Tengo uno, que he empezado varias veces. Se me resiste, pero algún día será su momento.
Hay libros que son demasiado parecidos a otros. Hay libros que son comedias románticas que se tienen de fondo en la televisión una tarde mientras se hacen otras tareas, simplemente para rellenar.
Hay libros que recuerdo con un cariño especial, que atesoro, que destilan cariño y ternura, que me conectan con sitios y lugares especiales.
Hay libros que, al leerlos, no es mi voz la que suena en mi cabeza, sino la de otra persona que me leyó en voz alta determinados fragmentos.
Hay libros que me dejaron tan buen recuerdo que me negué a ver sus adaptaciones filmográficas por miedo a que la magia rompiese.
Dejarme un libro, sea prestado, sea un regalo, sea una recomendación, es siempre una apuesta segura. Me agobia más que tener mi mesita de noche vacía de libros esperándome que el hecho de que se acumulen demasiados esperando su turno.
Cuando la rutina se impone y no deja huecos para leer, es como no tener oxígeno.
Leer es la posibilidad de sumergirse en tal cantidad de mundos diferentes que me cuesta imaginar que alguien no le atraiga ninguna de esas opciones...
Los libros, ese oxígeno en forma de palabras.
Nos sumergimos en sus páginas, nos atrapan, nos secuestran contra nuestra voluntad transformando en inútil nuestro propósito de querer leer solo una página más. Nos transmiten sensaciones, nos hacen reír solos, llorar a veces; logran que nuestro corazón se acelere, que nos dé miedo leer el siguiente párrafo. Algunos han conseguido que sienta olores.
Alcanzan lo imposible, que en nuestra mente cobren vida esos personajes, con sus singularidades, que les demos vida.
Podemos compartir recomendaciones, podemos sugerir lecturas, pero cada uno de nosotros leerá el libro en un determinado momento, en un lugar concreto y todos los factores externos confabularán para que la experiencia sea única.
Recuerdo mañanas de sábado, levantarme temprano, desayunar y volver para cama, acurrucarme entre las mantas de nuevo y dejar que las horas volasen mientras yo pasaba páginas. En mi bolso de playa nunca falta un libro, que invariablemente se llena de arena. En los viajes, en las salas de espera, también, siempre, un libro a mano.
Tantas horas robadas al sueño, diciendo que un capítulo y lo dejaba...
Hay libros que me ha dado pena terminar. Libros que están siempre en la punta de la lengua para ser recomendados. Libros que me decepcionaron, libros que me costó terminar. Tengo uno, que he empezado varias veces. Se me resiste, pero algún día será su momento.
Hay libros que son demasiado parecidos a otros. Hay libros que son comedias románticas que se tienen de fondo en la televisión una tarde mientras se hacen otras tareas, simplemente para rellenar.
Hay libros que recuerdo con un cariño especial, que atesoro, que destilan cariño y ternura, que me conectan con sitios y lugares especiales.
Hay libros que, al leerlos, no es mi voz la que suena en mi cabeza, sino la de otra persona que me leyó en voz alta determinados fragmentos.
Hay libros que me dejaron tan buen recuerdo que me negué a ver sus adaptaciones filmográficas por miedo a que la magia rompiese.
Dejarme un libro, sea prestado, sea un regalo, sea una recomendación, es siempre una apuesta segura. Me agobia más que tener mi mesita de noche vacía de libros esperándome que el hecho de que se acumulen demasiados esperando su turno.
Cuando la rutina se impone y no deja huecos para leer, es como no tener oxígeno.
Leer es la posibilidad de sumergirse en tal cantidad de mundos diferentes que me cuesta imaginar que alguien no le atraiga ninguna de esas opciones...
Los libros, ese oxígeno en forma de palabras.
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