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Aguante

Aunque ahora mi hogar y mi lugar de trabajo compartan límites difusos, no hace tanto, incluso ahora, tengo una cierta relación con compañeros de trabajo.

Antes dicha relación era más estrecha, todos estábamos en la misma oficina. Ahora, a distancia, a través de esa nube que le llaman y de cuando en cuando quedando (básicamente, yendo yo a verlos) y compartiendo cosas en persona.

El trabajo puede ser de lo peor o de lo mejor, pero sin duda, como ya otros sabiamente apuntaron antes que yo, te ayuda a lidiar con ciertas situaciones. No todos los compañeros te caen bien, no con todos compartes prioridades vitales, no tienes las mismas ambiciones que todos ellos. Siempre hay con quien congenias y con quien no podrías estar en extremos más opuestos.

Sin embargo, tienes que trabajar, colaborar con todos ellos. Tienes que sacar adelante proyectos conjuntos, diseñar ideas, llevar a cabo acciones.

Por supuesto, lo hago. No son  mis amigos. No tenemos que compartir gustos, sólo hacer las cosas bien. Y te acostumbras y no pasa nada.

Luego, en la vida personal, un día te sorprendes teniendo el mismo aguante. Con gente con la que no compartes nada, pero con la que puedes mantener una charla de lo más banal por el bien común.

Dicen que la escuela de la vida nos sirve luego para el trabajo. Yo creo que también el trabajo nos enseña algo de la vida. O al menos, de esfuerzos, aguante y renuncias que hay que hacer para salir airoso de ella.

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