Pedimos trabajos motivantes, ocio de calidad, parejas de ensueño, hijos de anuncio, una casa impoluta, amigos incondicionales, una familia modelo, tiempo para nosotros y los demás.
Pedimos. Pido desayunos completos, con su zumo, café, tostada natural, periódico a la par y el tiempo para degustarlo todo. Pido retos que me motiven en el día a día, ir avanzando, mejorar, crecer, ampliarme, expandirme. Pido saciar mi curiosidad, pido conocer y que me conozcan, pido lealtad, compromiso, ilusión, simpatía.
Pedimos. Pido. Demasiado y sin sentido. Opulencia sin significado, continentes sin contenidos.
Pedimos a lo grande, sin límites; no establecemos un marco finito porque los sueños son así, las aspiraciones no están constreñidas y lo poco que nos queda es eso, pedir a lo loco, sin sentido, con tintes de irrealidad.
El problema no es pedir. Eso es lícito, querer más de lo que tenemos.
El problema es no conformarse. Lo difícil es darse cuenta de que, podemos pedir, pero no tenemos ningún derecho inalienable que garantice que lo vamos a obtener todo. Lo complejo es saber seguir soñando, sin que la realidad, mucho más descafeinada y desvaída, nos amargue.
Pido desayunos de hotel pero, en realidad,me sirve un café, un sucedáneo. Me sirve un té, una galleta, me sirve la magdalena que se quedó danzando por el armario sin pareja de baile.
Aprendo (o aprenderé) a transformar lo que sea aquello a lo que alcance en dos segundos de momento para mí.
Pido un trabajo motivante, pero hay veces en que no me importa lo mecánico, lo tedioso, lo repetitivo. Buscar en destellos de toda una larga jornada algo novedoso y quedarme con ese mínimo detalle.
Pido tiempo para mí, para mi pareja, para mi entorno. Y quiero que todo sea de calidad, que cada momento vivido marque una diferencia, aunque sea pequeña. La realidad, me conformo sin viajar, si el tiempo que comparto es en una cocina, preparando la cena o teniendo conversaciones rutinarias sobre detalles ínfimos. No me importa el mismo recorrido ni tampoco que el hastío acabe por llenar rincones que no sabía que existía.
Pido y sueño a lo grande. Aspiro a mucho más, me gustaría completar la lista de deseos, aunque posiblemente no me traigan la felicidad. Pedimos sin control, desde lo más caro, en tiempo o dinero, hasta algo valioso para nosotros, pero carente de sentido para los demás.
Quiero más, por supuesto. Pero me quedo con un café compartido en compañía, con un abrazo antes de dormir y con una sonrisa al despertar. Con seguir oyendo determinadas voces.
Pido mucho, claro. Lo que más, ser capaz de apreciar en todo momento la belleza y la magia que encierra la tan denostada rutina y los pequeños hábitos de muestras de aprecio y cariño que a veces ignoramos al darlos por sentados.
Pedimos. Pido desayunos completos, con su zumo, café, tostada natural, periódico a la par y el tiempo para degustarlo todo. Pido retos que me motiven en el día a día, ir avanzando, mejorar, crecer, ampliarme, expandirme. Pido saciar mi curiosidad, pido conocer y que me conozcan, pido lealtad, compromiso, ilusión, simpatía.
Pedimos. Pido. Demasiado y sin sentido. Opulencia sin significado, continentes sin contenidos.
Pedimos a lo grande, sin límites; no establecemos un marco finito porque los sueños son así, las aspiraciones no están constreñidas y lo poco que nos queda es eso, pedir a lo loco, sin sentido, con tintes de irrealidad.
El problema no es pedir. Eso es lícito, querer más de lo que tenemos.
El problema es no conformarse. Lo difícil es darse cuenta de que, podemos pedir, pero no tenemos ningún derecho inalienable que garantice que lo vamos a obtener todo. Lo complejo es saber seguir soñando, sin que la realidad, mucho más descafeinada y desvaída, nos amargue.
Pido desayunos de hotel pero, en realidad,me sirve un café, un sucedáneo. Me sirve un té, una galleta, me sirve la magdalena que se quedó danzando por el armario sin pareja de baile.
Aprendo (o aprenderé) a transformar lo que sea aquello a lo que alcance en dos segundos de momento para mí.
Pido un trabajo motivante, pero hay veces en que no me importa lo mecánico, lo tedioso, lo repetitivo. Buscar en destellos de toda una larga jornada algo novedoso y quedarme con ese mínimo detalle.
Pido tiempo para mí, para mi pareja, para mi entorno. Y quiero que todo sea de calidad, que cada momento vivido marque una diferencia, aunque sea pequeña. La realidad, me conformo sin viajar, si el tiempo que comparto es en una cocina, preparando la cena o teniendo conversaciones rutinarias sobre detalles ínfimos. No me importa el mismo recorrido ni tampoco que el hastío acabe por llenar rincones que no sabía que existía.
Pido y sueño a lo grande. Aspiro a mucho más, me gustaría completar la lista de deseos, aunque posiblemente no me traigan la felicidad. Pedimos sin control, desde lo más caro, en tiempo o dinero, hasta algo valioso para nosotros, pero carente de sentido para los demás.
Quiero más, por supuesto. Pero me quedo con un café compartido en compañía, con un abrazo antes de dormir y con una sonrisa al despertar. Con seguir oyendo determinadas voces.
Pido mucho, claro. Lo que más, ser capaz de apreciar en todo momento la belleza y la magia que encierra la tan denostada rutina y los pequeños hábitos de muestras de aprecio y cariño que a veces ignoramos al darlos por sentados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario